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05 octubre 2011

In the mood

En la vida uno tiene momentos y momentos
En ocasiones estamos tan optimistas que, de repente, nos apetecen cosas que nunca nos llamaron la atención o que lo hicieron pero, simplemente no decidimos en su momento, probar. No, mi (dis)gusto repulsivo por las pasas sigue intacto pero en cambio ayer me sorprendí tremendamente a mí misma pensando en ir a ¡una tienda de deportes! 

Para que puedas hacerte una idea, la última vez que me puse ropa para hacer ejercicio propiamente dicha fue en 4º ESO, cuando llevaba el chándal del uniforme del colegio. Luego en el instituto, sí... bueno, vale: algún día me puse una ropa que parecía deportiva. (No busques más; no falta ningún párrafo aquí, esto es todo lo deportista que he sido en mi vida). Incluso con un padre que fue corredor y que ha hecho el Camino de Santiago desde Francia (800 Km), nunca he pisado un gimnasio, me agoto cuando corro 5 minutos y mi concepto del Pilates son ejercicios con una pelota gigante de colores (parece que no voy mal encaminada).

Claro que, desde que mi lumbalgia empezó a darme quebraderos de columna a principios del verano, decidí que era el momento de organizarme y programar algo de tiempo para mi propia salud. Así que al volver de vacaciones me propuse ir, poco a poco, haciendo algo de estiramiento, ejercicios de columna y esta clase de cosas. Un par de semanas más tarde esas sesiones de "¡ay! ¡ayayay la espalda!" pasaron a sonar a música y a saber mejor. Además, conseguí volver a mi peso habitual y esto, me animó a continuar. En estos últimos días se me ocurrió que también podría ser una buena idea ir un paso más allá y hacer que los brazos trabajen con algo de peso... ya sabes de lo que te hablo, de las mancuernas clásicas; y así llegamos al punto clave: para mí ir a una tienda de deportes puede ser tan embarazoso como ir a comprar a ElCorteInglés en pijama... me hace sentir totalmente fuera de lugar. 


Pero ¡ey! ¿Por qué no?
Para allá fui.
Al llegar, hacía tanto viento en la puerta de entrada que tuve que agarrarme las gafas de sol (y el pelo) para que no saliera volando; en consecuencia, cuando se abrieron las puertas, la gente que estaba dentro me vio llegar con una mano en la cabeza y el pelo en la cara. Me recompuse como pude; entré por donde decía "Salida sin compra" y marché decidida hacia el pasillo central. Bañadores, bañadores, bañadores y bañadores: de mujer, de hombre, de niños y de saldo. Gafas y tubos, equipos de submarinismo, de equitación, botes de pastillas y barritas de... vamos a pensar que son cereales, bicicletas como para participar en el Tour de Francia, guantes de ¿boxeo? ¿todavía se practica?, las pelotas para Pilates y ¡ah! las "cosas" del gimnasio. 

Cuando enfoco hacia la estantería donde estaban las mancuernas desde lejos, veo como se acerca un grupo de chicas. ¡Ya se me adelantaron! Desvío mi trayectoria y me quedo frente a la ropa de gimnasia rítmica y los aros. Veo como empiezan a hablar entre ellas y a probar las mancuernas de demostración. Entonces me acerco para escuchar qué es lo que dicen. Una de ellas parece más entendida en el tema y oigo como le dice a las otras: "... es lo que yo siempre digo, lo mejor es comprarse unas de 8 Kg; las tienes en casa y cuando te aburras, las coges y aunque sea haces 5 minutos de ejercicio". Las otras asintieron con la cabeza pero no compraron nada. Cuando se fueron me acerqué yo y tuve la misma sensación que cuando voy a hacer la compra y me toca elegir el fregasuelos ...sudor frío. 

Busqué las más ligeras y traté de borrar esa expresión de mi cara que decía "¿por qué tenían que ser rosa?". Miré al frente, uno de los dependientes me observaba al otro lado de las bicicletas estáticas así que decidí seguir viendo la tienda porque estaba segura de que, si pasaba un minuto más frente a la misma estantería, iba a venir a preguntarme si necesitaba ayuda. Así que, con 1 Kg más en mis manos me fui a rebuscar en los demás pasillos. 

Quede dicho que la ropa de deporte me parece muy demasiado cara.
Poca cosa más interesante. Un hippie de pelo largo mirando platos para acampadas, una familia de extranjeros comprando ropa de montaña, una mujer revolviendo en las rebajas y un par de chicos eligiendo tenis para correr. En fin, empiezo a sentir el peso de más y decido dar media vuelta, bajar las escaleras mecánicas y dirigirme hacia la caja. Me coloco en la fila para pagar y pongo los ojos en blanco calculando cuánto voy a pagar: las mancuernas y una camiseta (sí, la que estaba revolviendo en las rebajas era yo). Luego me distraigo mirando lo que llevaba el chico que estaba delante mío en la cola: unas mallas que, a mi juicio le iban a quedar algo jus-ti-tas... sí que le haría bien perder unos kilillos, pero tampoco era para llegar al extremo de usar mallas.

Entonces me di cuenta de qué era lo que no me gustaba de las tiendas de deporte. Aparte de que detesto parecer una aficionada, supongo que no me gusta permanecer bajo la mirada crítica de los que no son tan aficionados y sus comentarios del tipo: sí, necesitas perder peso o ¿de verdad crees que cabes ahí? o no, mira... lo que tienes que hacer es (dos puntos) ... y aquí sí que identifico el grave problema personal que he tenido con el resto del mundo desde el principio de los tiempos: no soporto que me evalúen y por consiguiente me digan qué tengo que hacer o no

Entre tú y yo, puede que ya supieras esta gran revelación acerca de mí pero deseaba que a partir de ahora tú tambien la asociaras a unas mallas demasiado ajustadas.
¡Feliz noche!

28 septiembre 2011

¿Tienes pareja estable?

Paciente mujer de 21 años que consulta por dolor localizado en region lumbar derecha, de larga evolución (2 años), que mejora en reposo y empeora al permancer de pie. Refiere curso episódico con alternancia de periodos asintomáticos. No otros síntomas. No antecedentes relevantes. No alergias medicamentosas. Pruebas complementarias: análisis de orina negativo. Ocupación: estudiante de medicina (4h prácticas - 3h clase - 3h biblioteca diarias en el último año).  

Esta puede ser la historia de una chica cualquiera; una chica como yo. 

Para rematar bien el final de curso, justo antes de irme de vacaciones me empezó un dolor de espalda... ¡mortal! Atribuído a la mala postura de estudio, no le di más importancia pero a pesar de hacer reposo y no coger bolsas pesadas, el dolor empeoraba. Así que fui al médico [el día que un estudiante de medicina (véase yo) va al médico, es que está a punto de morirse]. Esperaba que me mandara "algo para el dolor" y pudiera así por fin descansar pero, por contra, lo que recibí fue el diagnóstico de cólico renal. Susto... Un análisis y muchos litros de agua después me dijeron que el riñón estaba bien pero aún así debía tener arenilla renal por expulsar. El médico me recomendó la solución mágica (cara y sin receta) pero ¡maldición! lo que hizo el dolor no fue sino empeorar así que asomé la bandera blanca de rendición y me arrastré hasta Urgencias.

Allí, cerca del colapso, me dieron una alegría tremenda. No era un cólico renal; mis riñones estaban muy bien. Se trataba de una agudización de la lumbalgia (que no es otra cosa que dolor localizado en la región lumbar) que ya venía padeciendo desde hacía algún tiempo. Lo que sospechaba. Para quedarme más tranquila fui a un masajista que le echó un vistazo a mi espalda; me confirmó que estaba hecha trizas desde hacía bastante tiempo y con un par de ajustes me colocó la columna en su sitio. 

Me siguió doliendo unas semanas más hasta que, poco a poco, se fue aliviando. Ha pasado todo el verano y ahora estoy recuperada. Hoy volví a ver a mi médico para contarle que había estado en Urgencias, (qe había hecho un diagnóstico erróneo) y que quería hacerme un análisis de sangre corriente y moliente. 

Bueno... para empezar esto de que había cometido un error no lo encajó bien del todo. Como verás, me guardé mis comentarios para los paréntesis.

- "¿Lumbalgia?
- Sí, allí me volvieron a repetir el análisis de orina y salía negativo (es decir, normal).
- "Claro, ¿qué te van a decir en Urgencias?
- (Pues, ¿la verdad?) Em...
- "Es que por el dolor que me contaste, no puede ser sólo la lumbalgia. Seguro que tenías algo de arenilla..."
-  (Y dale con la arenilla) Me mandaron otro antiinflamatorio más fuerte.
- "Que viene a ser el mismo que el que te receté yo"
- No, es más fuerte. Y me fue bien, me quitó el dolor.
- "Será algún tipo de... claro, porque ahí ya habías eliminado la arenilla que tenías"

   Le enseño la hoja de Urgencias. 
   La mirá y me la lanza desde el otro lado de la mesa.

- "Bah. ¿Sabes lo peor de la arenilla renal? Que te puede volver a aparecer. Así que te vamos a hacer un seguimiento.... (teclea algo en el ordenador) ... antes de pasar a hacerte pruebas mayores"
- (¿CÓMO?)
- "A ver, ¿cuántos cólicos renales has tenido, entonces?"
-  ... ¿El que usted me dijo?
- "Vale, te voy a pedir cita para que veas a la enfermera tamién y te talle"
- ¿Para qué? (¿hola? ¿y a usted que ca**** le importa mi peso y mi talla? ¡me dolía la espalda!)
- "Cosas que hacemos..."
- ... (¿algún día tendrá sentido todo? ...)
- "¿Tienes pareja estable?"
- (... ya veo que no) Em, no.
- "Bien. Aquí tienes; nos vemos en la próxima cita. Y no dejes de beber mucha agua".

Una de las primeras lecciones que me enseñaron cuando empecé a estudiar las asignaturas de Cirugía, hace ya un par de años, es una gran verdad que se grabó en mi cabeza desde el día que la escuché. Dice: Es normal equivocarse, todos cometemos errores: te equivocas, yo me equivoco. El Jefe de Servicio se equivocará menos que el Residente pero también tendrá errores. No pasa nada. Pero reconócelo. Ocultarlo sólo te hará perder tiempo y ganar problemas. Por esta razón no entiendo que haya aún personas que se dejen llevar por su cabezonería y la disfracen de experiencia tratando de tapar todos los errores que quedaron entre el tú y el yo. No, no, no...

Al menos tengo un par de semanas antes de que visite a la enfermera y ponga en mi historia clínica "gorda y soltera", ¡jajaja!

 ¡Feliz miércoles!