11 abril 2020

Tú, que estás confinado

Querido tú,

He venido a decirte que no estás solo. A mí nunca me importó escuchar tu locura, tu tristeza, tu cansancio o tu desánimo. Y ahora menos. Todo esto son fases, y esta es el lado oscuro. Deja de lado las aglomeraciones, incluso las de información. A veces vale más un poco de ignorancia y seguir un buen consejo, como el que darte en casa. No te dejes arrastrar por tu cabeza, vacía y aturullada. 

He venido a decirte que está bien llorar. Es más, quiero que lo hagas. Descarga la adrenalina, el miedo y la rabia. Quédate vacío y luego, respira. Escucha los ruidos del exterior. Fíjate que, aunque la noche es larga, hoy ha vuelto a salir el sol.

He venido a decirte gracias. A ti, para ti, por ser tú. A los que estamos trabajando, porque somos un equipazo. A los que están en casa, porque no nos ponemos en peligro. Sé tú también agradecido. Empieza ahora mismo y verás que se convierte en una rutina que no podrás parar porque nadie llega hasta donde estás tú sin ayuda.

He venido a decirte que guardes las energías. Descansa, duerme, disfruta de la luz. Porque cuando todo esto pase, que pasará, tendrás que salir aquí fuera conmigo y nos tocará arrimar el hombro para reconstruir nuestro mundo de las cenizas. Por aquí está todo patas arriba. Vamos a necesitar que des lo mejor de ti: tú. Demostremos que somos capaces de levantarnos, sacudirnos el polvo y seguir adelante.

Querido tú, he venido a rescatarte porque eres mi otra mitad y sin ti esto no sería entre tú y yo.

¡Cuídate!

05 abril 2020

Mis días en las trincheras (frente al Coronavirus)

Ya hace días que he dejado de contar.
Días, casos, víctimas. 
El problema de la des-información. No tardamos en darnos cuenta de que iba a ser tremendo lo que se nos venía encima. Cuando empezamos a prepararnos, a estudiarnos los protocolos de actuación que nos llegaban y repasar las estadísticas diarias con detalle, aún iban los estudiantes a clase y llevábamos lo que era "nuestra vida normal" y rutinaria. La sensación que teníamos era que las medidas preventivas llegaban con retraso y el obstáculo principal nos lo suponía lo "dinámica" y cambiante que iba siendo la información que nos iban dando respecto a la manera de actuar. Es decir, cada día manejábamos una información diferente. Hasta que el Coronavirus fue declarado como transmisión generalizada.
En cuanto se estableció el Estado de Alarma supimos que ya no íbamos a hacer la Medicina de siempre, sino "Medicina de guerra".
La Primaria es lo primero. Empezamos posponiendo lo que no era imprescindible: analíticas, controles, sesiones docentes, visitas de seguimiento a domicilio y así un largo etcétera. Seguimos por pasar todas las citas médicas de presencia física a telefónicas. Así que nos tuvimos que adaptar a resolver TODO por teléfono. A día de hoy atendemos: consultas de demanda, renovación de tratamientos, contactamos con los pacientes frágiles para verificar que están bien, los informes de incapacidad temporal, tanto los habituales (acidentes o enfermedad) como los que son debidos a patología o exposición al Coronavirus, hacemos además el seguimiento de todos los casos sospechosos que surgen y separamos los pacientes respiratorios del resto de pacientes que acuden al Centro de Salud mediante un triaje. Los atendemos a TODOS.

Y aún así, al otro lado del teléfono, me llena de orgullo saber que seguimos siendo el médico que más cerca está de nuestro paciente. Les hemos aconsejado, diagnosticado, tratado, escuchado y acompañando durante el proceso, incluso cuando están desbordados por la situación o lloraban porque han perdido un familiar o tienen miedo. Ahí estamos.

Yo también aplaudo cada tarde desde mi balcón. Y cuando trabajo de tarde, me asomo a la ventana de la consulta y devuelvo el aplauso a los vecinos que me saludan desde enfrente pensando en que ojalá mis compañeros de Madrid puedan oírlo también, y los de Barcelona, y Murcia... 

Si quieres ayudar, lo mejor que puedes hacer es cuidarte y quedarte en casa. Aunque estemos separados, nunca hemos estado tan unidos. 
¡Entre tú y yo lo conseguiremos!

19 diciembre 2019

José Luis

El hermano de en medio, el semáforo en ámbar.

Quiso hacer algo bien en la vida, con lo que pudiera destacar, y cuando su único hijo se casó le compró la casa, como él mismo alardeaba. No es que se la hubiera pagado íntegra pero tenía una pequeña fortuna ahorrada, unos 90.000 €, que le regaló a su hijo para ayudar a resolverle la vida. Casi nada, la mitad del valor de la casa. 

José Luis también tenía dos hijas más pequeñas que, cuando se casaron, esperaron lo propio. Él ya no tenía más ahorros pero supo estar a la altura gastando sin mucho reparo en unos fantásticos vestidos de novia, unos jugosos banquetes y sendos viajes de novios a sitios tropicales. Todavía tenía algunas botellas de champán guardadas. Suerte que se casaron con años de diferencia y eso le dio tiempo a recuperarse económicamente.   

Cuando José Luis vino a la consulta la semana pasada no pudo aguantar más y se echó a llorar.

Lleva más de 15 años separado y sus hijos se han distanciado de él, cada vez más. Volvió a encontrar pareja, pero ella es algo más joven y no entiende sus sentimientos. No es alguien con quien le sea fácil abrirse porque, en el fondo, lo que ha vivido con ella ha sido divertido pero a las malas... prefería estar solo. Y así era como se sentía: enteramente solo, mientras lloraba amargamente en mi consulta pensando en el pasado que compartió con esas personas que ya no quisieron acompañarle más.

Su hijo, al que le resolvió la vida, le dio largas la semana pasada cuando le pidió verse porque no quería gastar mucho dinero pero José Luis intuye que no es sincero porque sabe que se ha comprado un coche nuevo hace poco. Sus hijas están ocupadas con los trabajos con los que pagan sus respectivas hipotecas. Todos parecen estar ocupados por Navidad y él soñando desde mi consulta, en pleno día, con ese ridículo momento en que dejó que el dinero llenara el espacio donde iba el amor. ✫

09 diciembre 2019

Melania


(Carita verde)
- Gracias por su valoración, señor.
(Carita roja)
- Qué quieres, yo estaba antes que esa otra mujer y encima no me has conseguido lo que venía buscando. Me llevo esto por llevarme algo.
- Disculpe las molestias, señora.
Melania trabaja, otro año más, en la campaña navideña de unos reconocidos grandes almacenes. Se pasa el día atendiendo a personas que, al pagar en caja, evalúan la calidad de su atención. Es decir, la evalúan a ella. "Es anónimo", le dijeron. Ya. Como si ella no viera desde su posición, al otro lado del mostrador, el color de la carita que marcan sus clientes. 
(Carita verde)
Por mucho que se esfuerce parece que nadie lo ve. Y eso que a veces debe atender requerimientos épicos como el del otro día: sacó a una clienta que se había quedado encerrada accidentalmente en el baño con ayuda de unas tijeras. A otro le había conseguido el último par de guantes de color lila que quedaba en todo el departamento. Ese sí le había puesto carita feliz. 
(Carita naranja
Hoy habían venido 4 buscando ponchos. ¡Ponchos! Una señora buscaba un abanico para una boda el próximo verano. ¿Para el verano? ¿En serio? Le han pedido algún sombrero, boinas, alguna estola y ¡bufandas! eso era lo que más vendía. Nadie era testigo de cómo cada día luchaba heroicamente contra su rinitis alérgica removiendo tejidos de aquí para allá. ¡¡Achús!!
(Carita verde)
Aún así, no le importaba trabajar en ese departamento. Mejor ahí que en la sección de Navidad cargando árboles o en la de juguetes, por supuesto, eso es la guerra. Además, gracias a esta ubicación ya había elegido su regalo estrella para Alba, su pareja, que es enfermera de Pediatría. Con lo divina que es, había decidido que este año le caería un pañuelo de seda. De los que le gustan. Lo había comprado en su propio departamento el día que llegó del almacén: lo envolvió con delicadeza en papel crepé naranja, que era su color favorito, y lo metió en una caja dorada extremadamente fabulosa, que ahora estaba debajo de su árbol de Navidad. Ese era el regalo que tenía preparado para el gran bombazo: resulta que después de 3 años juntas, estaba decidida a proponerle a Alba que fueran mamás. Con lo que le gustan los niños. Y si le decía que sí serían sus mejores Navidades. No sabía qué había que hacer ni cómo era el procedimiento pero todo en ella le decía que era el momento. Si le decía que sí sería increíble. Sería mejor que una de esas caritas verdes.

06 diciembre 2019

Linda Dara

Tan ordenada. Tan meticulosa. Tan "Linda". 
Todavía no se explica cómo pudo pasar. La semana anterior había perdido su posesión más valiosa: un anillo de oro con un delfín. Una horterada antigua, pero valiosa. No sabía cómo, se lo quitó momentáneamente para lavarse las manos en el baño y ahí se le quedó. En su trabajo, como administrativa en el mostrador del Centro de Salud, está constantemente dando la mano a la gente y tocando "cosas". Encima esa semana había ido a un taller de lavado higiénico de manos. Y mira. Va y se le olvida el anillo. 

Por supuesto, cuando se percató de que no lo llevaba en la mano corrió al baño a buscarlo. Por supuesto, no estaba.

Buscó hasta debajo de las piedras. Preguntó a toda persona, mujer, que pudiera haber pasado por ese baño. En teoría era sólo para uso del personal, eso reducía las posibilidades. Las limpiadoras del centro no lo habían visto. Fracaso. Esa semana sólo colocaron en la caja de objetos perdidos un sonajero encontrado en el área de Pediatría y una bufanda gris claro. Ni rastro del anillo. ¿Y si ponía un cartel en el office? Lo de las recompensas suele funcionar. Además, por alguna extraña razón, tenía la clara intuición de que lo iba a encontrar, de que lo tenía más cerca de lo que sabía. Por si sí o por si no, ella rastreaba con los ojos entrecerrados a toda fémina que se acercaba por ese baño.

A estas alturas, una semana más tarde, ya veía delfines por todas partes. Hasta había visto en la teletienda un modelo similar, más lujoso, con un delfín que saltaba sobre una pequeña amatista. Pero su anillo era su historia. O, al menos, la de su madre. Porque eso fue todo cuanto su mamá se trajo de Cuba cuando se marchó. Vino con un billete de ida, un anillo envejecido, con una hija y sin marido. Eso había sido su madre: un delfín que cruzó el charco y acabó al otro lado del océano. Tenía que encontrar ese anillo como sea. 

***

Lo que no recuerda Linda es que el anillo lo había guardado en el bolsillo izquierdo de su rebeca azul, la del Servicio Canario de Salud que se pone en el trabajo los días de frío. Allí la tiene colgada en la percha de su taquilla. Al final de esta semana, seguramente, se la llevará a casa para lavarla como siempre. Espero que ese anillo haga mucho ruido en su lavadora. 😉