Respondiendo a la invitación formulada desde El Paciente y Tú, me gustaría compartir entre tú y yo, cómo sería mi Momento. Ese poderoso momento que me hace sentir bien, segura e iluminada.
Seguramente te sorprenderás al saber que no hace falta viajar largas distancias para encontrarlo, puesto que mi lugar de reflexión es el mismo que mi lugar de trabajo. Sí, ese rincón único de mi mundo donde se concentra cada detalle escogido sólo por mí y que -todos juntos, se mezclan con cierto color o fragancia, fotos con caras felices, libros abiertos en páginas aleatorias, recortes de revistas, mis joyas, pinceles para acuarelas que no tengo, bolígrafos de todo tipo, mi pintalabios favorito, conchas de mar, una agenda de contactos sin contactos, mis gafas de leer, botes de lápices que hacen de florero, una vela que nunca he usado, sombrillitas de papel y postales de recuerdo en el borde del espejo; mi mesa de escritorio es mi Universo. Pero todo ello no basta para completar el cuadro de mi Momento. Sin duda lo único que podría convertir lo ordinario en especial es la luz. Pero no una cualquiera, sino una auténtica luz mañanera primaveral. Superlativa es la mañana en que me encuentro trabajando en mi mesa y a través de la ventana se cuela una brisa fresca, leve, casi etérea, que trae consigo la iluminación, algo del lejano ruido mundano y total inspiración.
Mi desconsuelo y mi pena es que sólo ocurre en ciertas ocasiones cuando -arbitrariamente y para mi gracia, Naturaleza y Destino confabulan para traerme una idea brillante. Pero cuando ese precioso Momento se da, siempre es digno de embotellar para poder volver a él siempre que quiera.
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