Mostrando entradas con la etiqueta cuentos-de-navidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cuentos-de-navidad. Mostrar todas las entradas

15 diciembre 2020

Entre amigas

Aunque Olivia tenía 2 hermanas prefería contarle todo a su mejor amiga. 
Y ese mensaje que su novio le había escrito tenía que enseñárselo sin falta.
Así las encontré a ambas al llegar al centro: sentadas en el bordillo de la acera, muy juntas. Estaban mirando el móvil cuando me bajé del coche. Tuve que poner orden a todo el jaleo de bolsas que llevaba en el maletero y en aquel momento pude escuchar lo que compartían. 

- Mira lo que me pone… - decía Olivia.
- A ver - su amiga ponía toda su atención, arrimándose un poco más.
- Dice “nena, estábamos bien juntos pero ahora me siento un poco agobiado con todo esto” y pone “es mejor que no nos veamos más, pa darnos un tiempo” y “tengo que pensar”. ¿¡Cómo te quedas!? Yo flipo... en serio.
- Eso es una chorrada, ¿un tiempo para qué? Seguro que está con otra.
- Qué dices. - Olivia no quería creerlo.
- Cuando se ponen así es que está con otra.
- No lo veo. Está así desde que lo echaron del trabajo, lleva un tiempo más raro… pero todas las parejas tienen fases, tía. - Olivia negaba en rotundo.
- Ya, pero lo que no se encuentra en casa se busca fuera.
- A ver yo lo reconozco, que también tengo lo mío: todo el día trabajando en el centro, cuando llego a casa estoy reventada y encima tengo que cuidar del niño que tiene 5 años y no para… cuando llego al sillón, lo único que quiero es tomarme el tranquilizante y acostarme a dormir. - suspiraba en profundo, como de alivio.
- Tía, destrábate. No es culpa tuya, el que se lo pierde es él.
- Tú qué dices: ¿Lo llamo? - Olivia buscaba a la desesperada alguna idea.
- No.
- ¿Le mando un audio? - estaba desesperada.
- No, déjalo así… Si está con otra, que le aproveche. Si no, deja de agobiarlo y que se lo piense bien. Tú vales mil, ese no estaba pa ti.
- ¿Pero qué le pongo? - muy desesperada.
- Trae para acá…
- Ay, gracias tía.

Cerré el maletero, cargada de bolsas, y di al botoncito del mando que cerraba el coche mientras caminaba por la acera camino de la puerta del Centro de Salud. La verdad es que me quedé pensando después en qué respuesta se le habría ocurrido a aquella amiga para el que, intuyo, ya era otro desdichado ex-novio más. 

Con todo, me gustó pensar que, a pesar de todo lo que ha agitado este año 2020, el Mundo sigue siendo el Mundo gracias al corazón, que lo hace girar siempre. El que da Amor lo recibe de vuelta. Aunque no siempre de la misma persona. 


¡Feliz semana!

09 diciembre 2020

Cien postales

Fran dio con la caja de postales de los abuelos haciendo limpieza. 
Estaba vaciando unos cajones llenos de adornos de navidad y allí, detrás del tensiómetro, encontró la lata donde guardaba las postales de los abuelos. Desde que era niño recuerda cómo su abuelo, que trabajaba en Correos, se encargaba de que le llegara una postal de Navidad. No porque vivieran lejos, sino por la ilusión de Fran al recibir correspondencia. La postal llegaba siempre la semana de Navidad. Algunos años tenía música y luces, otras una acuarela famosa. Un año llegó una con la receta del bizcocho de la abuela. 

Su madre decía que era una tradición ridícula y que más valía que la ayudaran a pagar los materiales del colegio o el uniforme. Lo de verse solo un par de veces al año con sus padres nunca llegó a superarlo y por eso tenían una relación tan vacía. Fran, sin embargo, adoraba a sus abuelos y los relacionaba con la Navidad. Cada encuentro era especial, esas postales eran un granito de cariño, sellado y certificado. Su madre las hubiese tirado pero él siempre se resistió a hacerlo. Las guardaba en esa lata grande y oxidada de chocolates Cadbury. 

El año pasado, cuando las postales dejaron de llegar, Fran ni se dio cuenta. Estaba estudiando 1º de Medicina en Salamanca y no volvió a casa por Navidad. Prefirió quedarse allí… estudiando. En realidad, todo fue porque había conocido a la guapa Ana en la facultad y ella enseguida le había invitado a pasar la fiesta señalada en la casa de sus padres. Partieron juntos el fin de año universitario y después siguieron celebrando muchos más momentos entre los dos. 

Los abuelos de Fran tuvieron un accidente de tráfico en 2019 y por eso dejaron de llegar las cartas. Su madre no se lo había contado entonces porque sabía que se preocuparía y podía desconcentrarse de sus estudios. Justo ahora, cuando iba por el buen camino. Meses más tarde, cuando su madre le explicó lo que había ocurrido a Fran, él no supo si sería capaz de perdonárselo. 

Estos días de fiesta, Fran vuelve a sacar el árbol de Navidad en su escueto piso de estudiante en Salamanca. Tiene pinta de que lo va a tener complicado para regresar a casa este año. Tampoco sabe bien qué le espera cuando se reencuentre con su madre, si será otra vez el vacío. Así que se aferra a la lata oxidada y pasea la vista y las lágrimas por sus postales. 

Mientras tanto, su madre sentada en su cocina de Las Palmas, arrepentida, se enfrenta a una postal de Navidad que esta vez no piensa dejar vacía. Una o cien… ¡las que hagan falta!


02 diciembre 2020

Entre sus brazos

El mayor sueño de Delia se vino a cumplir este año 2020. 
Al fin su hijo Jorge había sido padre. Después de un parto casi tan largo como una vida, había llegado al mundo una niñita pequeña y pecosa a la que llamaron Lucía. Desde ese momento el corazón de Delia le pertenecía. 

Suspiraba cada día por verla crecer, poder comprarle ropa y juguetes. Que no le falte de nada. Cada día mira sus fotos preguntándose si no es la cosa más bonita que haya visto. Está enamorada de esa niña tan preciosa. Y a la vez se acordaba tanto de cuando ella misma había sido madre y había fantaseado con tener una niña. Pero el destino quiso que tuviera solo a Jorge como único fruto de un matrimonio roto. Él los había abandonado un triste mes de diciembre. 

Por suerte, su hijo Jorge no había salido a su padre. Creció feliz, era un niño muy estudioso y cuando hubo que elegir carrera, eligió la psicología. Siempre fue muy divertido, de esa clase de persona que sabe mostrarte la luz cuando estás perdido. A Delia siempre la ayudó poder contar con él. Pero un buen día, arrastró una maleta hasta la puerta diciendo que “salía a buscar su futuro”. Nunca prometió que volvería. Luego conoció a su mujer en Hamburgo: una chica alemana tan graciosa y abierta como él. 

Ahí es donde viven, ahora junto a la pequeña Lucía. Luz de sus vidas. 

Después de todo, Delia lamenta que su nieta haya nacido este año. Ella vive en la calle que hay detrás de este Centro de Salud, a un paso de la farmacia. Con todo esto del COVID aún no ha podido ir a visitar a su hijo a Alemania porque, además, es paciente de riesgo. Así que no hay día que no se asome a la ventana esperando volver a ver aviones pasar o imágenes de aeropuertos otra vez llenos de vida en las noticias. 

Delia tiene ya varias bolsas de regalo guardadas, la maleta en la puerta y el alma en vilo, esperando. Todo para cuando se puedan volver a ver y pueda, por fin, tener a la pequeña Lucía entre sus brazos.

19 diciembre 2019

José Luis

El hermano de en medio, el semáforo en ámbar.

Quiso hacer algo bien en la vida, con lo que pudiera destacar, y cuando su único hijo se casó le compró la casa, como él mismo alardeaba. No es que se la hubiera pagado íntegra pero tenía una pequeña fortuna ahorrada, unos 90.000 €, que le regaló a su hijo para ayudar a resolverle la vida. Casi nada, la mitad del valor de la casa. 

José Luis también tenía dos hijas más pequeñas que, cuando se casaron, esperaron lo propio. Él ya no tenía más ahorros pero supo estar a la altura gastando sin mucho reparo en unos fantásticos vestidos de novia, unos jugosos banquetes y sendos viajes de novios a sitios tropicales. Todavía tenía algunas botellas de champán guardadas. Suerte que se casaron con años de diferencia y eso le dio tiempo a recuperarse económicamente.   

Cuando José Luis vino a la consulta la semana pasada no pudo aguantar más y se echó a llorar.

Lleva más de 15 años separado y sus hijos se han distanciado de él, cada vez más. Volvió a encontrar pareja, pero ella es algo más joven y no entiende sus sentimientos. No es alguien con quien le sea fácil abrirse porque, en el fondo, lo que ha vivido con ella ha sido divertido pero a las malas... prefería estar solo. Y así era como se sentía: enteramente solo, mientras lloraba amargamente en mi consulta pensando en el pasado que compartió con esas personas que ya no quisieron acompañarle más.

Su hijo, al que le resolvió la vida, le dio largas la semana pasada cuando le pidió verse porque no quería gastar mucho dinero pero José Luis intuye que no es sincero porque sabe que se ha comprado un coche nuevo hace poco. Sus hijas están ocupadas con los trabajos con los que pagan sus respectivas hipotecas. Todos parecen estar ocupados por Navidad y él soñando desde mi consulta, en pleno día, con ese ridículo momento en que dejó que el dinero llenara el espacio donde iba el amor. ✫

09 diciembre 2019

Melania


(Carita verde)
- Gracias por su valoración, señor.
(Carita roja)
- Qué quieres, yo estaba antes que esa otra mujer y encima no me has conseguido lo que venía buscando. Me llevo esto por llevarme algo.
- Disculpe las molestias, señora.
Melania trabaja, otro año más, en la campaña navideña de unos reconocidos grandes almacenes. Se pasa el día atendiendo a personas que, al pagar en caja, evalúan la calidad de su atención. Es decir, la evalúan a ella. "Es anónimo", le dijeron. Ya. Como si ella no viera desde su posición, al otro lado del mostrador, el color de la carita que marcan sus clientes. 
(Carita verde)
Por mucho que se esfuerce parece que nadie lo ve. Y eso que a veces debe atender requerimientos épicos como el del otro día: sacó a una clienta que se había quedado encerrada accidentalmente en el baño con ayuda de unas tijeras. A otro le había conseguido el último par de guantes de color lila que quedaba en todo el departamento. Ese sí le había puesto carita feliz. 
(Carita naranja
Hoy habían venido 4 buscando ponchos. ¡Ponchos! Una señora buscaba un abanico para una boda el próximo verano. ¿Para el verano? ¿En serio? Le han pedido algún sombrero, boinas, alguna estola y ¡bufandas! eso era lo que más vendía. Nadie era testigo de cómo cada día luchaba heroicamente contra su rinitis alérgica removiendo tejidos de aquí para allá. ¡¡Achús!!
(Carita verde)
Aún así, no le importaba trabajar en ese departamento. Mejor ahí que en la sección de Navidad cargando árboles o en la de juguetes, por supuesto, eso es la guerra. Además, gracias a esta ubicación ya había elegido su regalo estrella para Alba, su pareja, que es enfermera de Pediatría. Con lo divina que es, había decidido que este año le caería un pañuelo de seda. De los que le gustan. Lo había comprado en su propio departamento el día que llegó del almacén: lo envolvió con delicadeza en papel crepé naranja, que era su color favorito, y lo metió en una caja dorada extremadamente fabulosa, que ahora estaba debajo de su árbol de Navidad. Ese era el regalo que tenía preparado para el gran bombazo: resulta que después de 3 años juntas, estaba decidida a proponerle a Alba que fueran mamás. Con lo que le gustan los niños. Y si le decía que sí serían sus mejores Navidades. No sabía qué había que hacer ni cómo era el procedimiento pero todo en ella le decía que era el momento. Si le decía que sí sería increíble. Sería mejor que una de esas caritas verdes.

06 diciembre 2019

Linda Dara

Tan ordenada. Tan meticulosa. Tan "Linda". 
Todavía no se explica cómo pudo pasar. La semana anterior había perdido su posesión más valiosa: un anillo de oro con un delfín. Una horterada antigua, pero valiosa. No sabía cómo, se lo quitó momentáneamente para lavarse las manos en el baño y ahí se le quedó. En su trabajo, como administrativa en el mostrador del Centro de Salud, está constantemente dando la mano a la gente y tocando "cosas". Encima esa semana había ido a un taller de lavado higiénico de manos. Y mira. Va y se le olvida el anillo. 

Por supuesto, cuando se percató de que no lo llevaba en la mano corrió al baño a buscarlo. Por supuesto, no estaba.

Buscó hasta debajo de las piedras. Preguntó a toda persona, mujer, que pudiera haber pasado por ese baño. En teoría era sólo para uso del personal, eso reducía las posibilidades. Las limpiadoras del centro no lo habían visto. Fracaso. Esa semana sólo colocaron en la caja de objetos perdidos un sonajero encontrado en el área de Pediatría y una bufanda gris claro. Ni rastro del anillo. ¿Y si ponía un cartel en el office? Lo de las recompensas suele funcionar. Además, por alguna extraña razón, tenía la clara intuición de que lo iba a encontrar, de que lo tenía más cerca de lo que sabía. Por si sí o por si no, ella rastreaba con los ojos entrecerrados a toda fémina que se acercaba por ese baño.

A estas alturas, una semana más tarde, ya veía delfines por todas partes. Hasta había visto en la teletienda un modelo similar, más lujoso, con un delfín que saltaba sobre una pequeña amatista. Pero su anillo era su historia. O, al menos, la de su madre. Porque eso fue todo cuanto su mamá se trajo de Cuba cuando se marchó. Vino con un billete de ida, un anillo envejecido, con una hija y sin marido. Eso había sido su madre: un delfín que cruzó el charco y acabó al otro lado del océano. Tenía que encontrar ese anillo como sea. 

***

Lo que no recuerda Linda es que el anillo lo había guardado en el bolsillo izquierdo de su rebeca azul, la del Servicio Canario de Salud que se pone en el trabajo los días de frío. Allí la tiene colgada en la percha de su taquilla. Al final de esta semana, seguramente, se la llevará a casa para lavarla como siempre. Espero que ese anillo haga mucho ruido en su lavadora. 😉

Salvador

Antes de acabar el año, y para llevar la contraria al mundo, Salva acababa de apuntarse en un curso de yoga para principiantes muy cerca de su casa. 
Básicamente porque temía que, si esperaba al Año Nuevo, el yoga fuera otro de esos objetivos vacíos en listas llenas de propósitos que al final quedan en nada. Su mayor preocupación era que alguien lo reconociera o que coincidiera en su clase con algún vecino que tuviera la lengua demasiado ligera. Total, el yoga era para mujeres. Y él de mujeres no quería saber nada. Bastante tuvo con el divorcio en 2015. "Un acuerdo redondo", lo calificó su abogado. Y eso que no pudo quedarse ni con el perro. Sus amigos, los pocos que se quedaron a su lado, sintieron lástima y envidia hacia él a la vez: "te ha desgraciado", "vas a ver que de esta se sale", "soltero otra vez, va a ser la mejor época de tu vida", "si yo fuera tú...". Por supuesto él se encargó de celebrarlo, cuando todo estuvo firmado, sin armar mucho escándalo: emborrachándose dignamente un par de veces (por semana) sin acabar vomitando ni detenido. Después, vino aquella época en que lo único que quería era estar en el sillón. Tirado, como un vagabundo, con el mismo pijama, con barba y olor a humanidad, comiendo lo que su santa Madre le llevaba cada semana. 

Ahora había decidido que todo eso pertenecía al pasado. Al igual que esa blusa que su mujer se había dejado olvidada en el fondo del armario. Ex-mujer. Este año que se iba agotando cerraba, por fin, el capítulo de Laura partes 1 y 2 (y 3, y 4). Cuatro años de post-guerra. Pero había sacado la bandera blanca y la estaba ondeando en lo alto.

No sé si fue que el frío le envió más sangre al cerebro o que se acercaba la Navidad lo que le llevó a dar el paso. Lo que importa es que hoy se siente satisfecho con su decisión de haberse apuntado a esta clase de yoga de los martes y sábados. Por qué no. Vio el anuncio en el tablón de corcho que hay en la entrada de su edificio, al lado de la lista de morosos, y algo captó su atención. Por probar algo diferente. "Equilibra tu cuerpo y tu mente, hazlos más fuertes y más flexibles en Yoga. Confía en ti mismo y además ten más diversión en tu vida". Allá vamos. 

Era sábado, su primera clase. Llegó puntual, cruzó la puerta grande al mismo tiempo que un grupillo numeroso. Se descalzó y colocó los zapatos en la estantería blanca que hay a la derecha. Cogió una de las colchonetas negras y buscó algunos metros de suelo libres donde poder extenderla. Varias personas que se marchaban estaban aún despidiéndose de John, el monitor. Él permaneció en el sitio, imitó al resto de la clase y se sentó con las piernas cruzadas, una encima de la otra, expectante. Miró al frente y allí estaba: la presidenta de su comunidad de vecinos, Ana. La divorciada, guapa y graciosa, Ana. La que todo el edificio había elegido por mayoría absoluta como presidenta porque era la más inteligente y encima médico, Ana. Él no valía ni una caja de chicles al lado de ella. Mierda, le había reconocido.
Claro, cómo no, si viven en el mismo edificio. La verdad es que él también la había elegido. Porque, de todo el bloque, era la única que sonreía cada vez que se la cruzaba. Y eso le gustaba, le daba tranquilidad. Ella le estaba sonriendo también, desde su colchoneta, como señal de reconocimiento. 
Bueno, parece que esto del yoga puede resultar interesante...

03 diciembre 2019

Madre e hija

Claudia Tremblay Studio

Paula, 11
Su madre la acercó con el coche hasta el paso de peatones que hay frente al instituto, como de costumbre. Eran las 8 en punto y un grupo grande de jóvenes de su edad cruzaba en ese momento hacia la entrada. Hoy tocaba examen de Biología. Paula se bajó del coche con la mirada perdida y se despidió. Cerró la puerta y esperó en la acera hasta que su madre arrancó el motor y se marchó. Cuando ya no veía su coche aprovechó para quitarse rápidamente las gafas y guardarlas en el bolsillo de la chaqueta. Estúpidas gafas. Prefería ver a medias y tropezarse con las mesas de clase antes de que la llamaran "gafotas" otra vez y tuviera que irse al baño a llorar. Sobre todo delante de aquel chico que la semana pasada había pasado por su lado, casi rozándola, al entrar a la clase de Matemáticas.

Pino, 42
Su hija iba callada esa mañana en el coche, como de costumbre. Estos adolescentes. No puede saber uno lo que están pensando en esas cabecitas. La dejó en el paso de peatones y Paula se despidió con el gruñido típico. Ella se lamentaba por no poder pasar más tiempo con su hija pero nadie sabía lo que era ser madre soltera. Debía trabajar mucho para conservar sus 3 trabajos y poder afrontar así el pago del alquiler, los gastos del mes y el coche. Todo esto pensaba mientras arrancaba, dejando a su hija en la acera en la puerta del instituto. Ah, y a ver si pedía cita al médico para que le mandara algo para dormir porque llevaba una semana sin poder pegar ojo y tenía dolores por todas partes. Eso sí, de lo que estaba realmente orgullosa era de una sola cosa: de haber podido comprar a plazos unas gafas buenas de vista a su hija. A ver si así, y ojalá salía estudiosa la niña, podía llegar a algo en la vida. No como ella. Igual ahora no lo sabía apreciar, pero algún día vería cuánto la quería su madre.

Quedaban 2 semanas para Navidad: esas gafas eran su regalo, adelantado.

02 diciembre 2019

Dolores

Aquella mañana se le hizo tarde para echarse su perfume favorito y luego lo lamentó. Con prisas, recogió lo que había dejado preparado sobre la mesa: unas carpetas llenas de informes médicos. Debía llevárselas todas, no sabía si el médico le pediría alguna esta tarde. Iba a ir directamente al salir del trabajo. Otra vez sin comer.

De pasada se fijó en su aspecto en el espejo de la entrada. Tenía los ojos rojos. Sólo pedía una cosa: que no se notara que había estado llorando anoche, durante largo rato, después de que se marchara P. Encima hoy sus compañeros en el trabajo le volverían a preguntar si iba a traerlo a la cena de navidad de la empresa, porque todos iban con sus parejas. Podía mentir y decirles que él trabajaba a turnos y que esa noche le tocaba o que sólo llevaban saliendo 3 meses, que la cosa iba bien entre ellos pero que querían ir despacio. Total, tampoco tenía tanto que celebrar. 

A la vez se preguntaba si el médico le atendería más tarde. "Esa gente siempre lleva retraso" pensó. Igual tenía algo de suerte y le daba tiempo de sacar un sándwich y un café de la máquina antes de ir al centro de salud.

La verdad es que P. había roto con ella anoche y, además, la había bloqueado así que no podía llamarle. De poder hacerlo, le hubiera pedido que la acompañara a la consulta esta tarde. Algo en su interior le decía que el bulto del cuello no era algo bueno. Llevaba demasiado tiempo doliéndole. Salió del portal a todo correr y ni siquiera se dio cuenta de que había empezado a llover y no llevaba paraguas. Se oyó el chasquido al cerrarse la puerta tras ella. Esta vez no olía a perfume de vainilla. 

01 diciembre 2019

Hay una estrella╰☆╮

De tantos años escribiendo, tengo muy poco acerca de la Navidad... Anteriormente porque la pasaba estudiando. Luego, de residente, trabajando y ahora, disfrutando.
Lo importante es que ya estamos en el mes de lo bueno: buenos recuerdos, buenos jamones, buenos regalos. Este mes es la guinda del pastel. Tanto si lo hemos hecho bien, mal o regular, como si no lo hicimos. La moraleja es que al final vuelves a tener una nueva oportunidad para... ¡lo que quieras!.

Es una época muy especial en la que nos podemos envolver con papel de regalo y abrazos durante tooodo el día, todos los días, sin dar más explicación. ¡Es Navidad! 

La gente alrededor tiene esa sonrisita floja y, a la mínima, se oyen risas. Nos permitimos sobrepasar los límites del ridículo con esas diademas de reno, los gorros con lentejuelas o colgando por la ventana algún discreto muñeco con luces que se ven a 10 Km de distancia. Te reencuentras con amigos y familia que hacía tiempo que no veías esperando más de uno que a tal fulano se le haya olvidado que le debes dinero de la última vez. Hay muchas más reuniones: cambiamos el café por el chocolate caliente o los zapatos de trabajo por los tacones de fiesta. Y sienta de maravilla. Así que olvídate del coche y aparca las malas vibraciones. 
Siente el viruje (frío polar), busca buena compañía y sal a la calle: está llena de luces. Para todos hay algo de luz entre tú y yo, aun entre las sombrasYo, al menos, sí creo que hay una estrella con mi nombre escrito por ahí. 
PD: Sin duda esto es lo más positivo que he escrito nunca pero, ¡es Navidad!