20 julio 2011

Alguien como yo

Hay muchas personas con las que no encajo. No es que esté interesada en congeniar con ellos pero el no hacerlo me ha llevado a darme cuenta de que soy una persona singular, sin plural. 

Tomo una muestra representativa y reflexiono por ejemplo, al ver una guagua pienso sobre qué clase de personas son las que viajan en ella: gente mayor que acompaña a sus nietos, un grupo de jóvenes que van a la playa, parejas, hippies, trabajadores, dos amigas, una señora con bolsas de compra, más gente joven, una persona que lee en silencio ajena al mundo, una chica con unos papeles de la universidad...  

Y yo los miro sin sentirme identificada con ninguno; así me siento en este mundo. Claro que tengo amigos, pero son precisamente sus diferencias conmigo lo que más valoro de ellos, lo que me completa y les convierte en mis amigos

Entre tú y yo, creo que sólo busco alguien como yo, ¿existirá?  

19 julio 2011

Posdata

Ya terminó todo. Se acabó el curso. 
       Tanto tiempo queriendo que llegara este momento y ahora, me parece que estoy frente a un vacío repleto de nada. Pensaba que sería una experiencia liberadora pero de nuevo las vueltas de la vida me tenían preparada una sorpresa (desagradable). Espero que en algún momento me toque recibir buenas noticias. Pero de momento, entre tú y yo, parece que no... 

       Así que para despejar mi mente opté por el bricolaje. Decidí cambiar el color de mi habitación y el fin de semana me puse manos a la obra con la brocha, asegurándome de remendar bien las cicatrices de la pared y del corazón; desapareciendo las huellas pasadas y ahogándolas en el nuevo color. Mañana será un nuevo día; espero.

¡Feliz martes! 

12 julio 2011

engaña, miente, haz trampa

   Te cuento un secreto sobre mí: creo que todos somos buenos por naturaleza.
   Aunque en mi caso no me considero buena, más bien, ingenua; o al menos, lo era.

      
       En verdad, no sé en qué momento del camino decidí engañar al destino y convencerlo con mis sinceras mentiras de hacerle trampa a la vida. Puede que estuviera cansada de ver cómo los demás lo hacían y les funcionaba. Puede que estuviera cansada de esperar la divina justicia que nunca llegaba. Y antes que mirar la vida, compadeciéndome, prefiero utilizar todo el ingenio y una chispa de cinismo, cosecha propia.

       Pero reconozco que ando escasa de cinismo y siempre voy con lo justo para ocuparme de mis asuntos y mirar por mi propio beneficio; sin tocar a nadie más (en beneficio o detrimento) ni perjudicar a aquellos que no han cruzado antes la frontera de mi hipocresía.   

       Cuando no te cuentan algo para protegerte; cuando juegan en tu contra; cuando te sientas con los brazos cruzados esperando lo justo y la justicia toma la carretera en sentido contrario; cuando te cuentan una verdad a medias que casi siempre es mentira; cuando te hacen creer que no tienes una oportunidad que te pertenece... llega un momento en el que decides. Puedes quedarte a un lado, como un mero espectador de tu vida, indignarte y asentir con la cabeza o actuar.

        Yo voto por lo segundo. El que algo quiere, algo le cuesta. 
        Prefiero arriesgarme antes que vivir con la ignorancia que conlleva la incertidumbre.

     Atrás quedaron años de resignación. Ahora siento que juego en presente. Por delante el tiempo dirá. Y como pieza angular de mi estrategia... ¡shhh! sólo te diré que la información es poder. La gente es un libro abierto, casi como yo. 

¿Qué esperabas? Esto no es clase de ética.  
¡Feliz tarde!

Yo dije; él dijo

Todo palabras. Más volátiles que nunca, imperfectas como siempre.
¿Por qué en una discusión entre dos, el que habla más alto lleva razón?
       Aplícalo a la conversación que quieras; ya sea con un un amigo, con alguien que es algo más que un amigo, con un profesor, jefe o un completo desconocido. A mí no me ha pasado pocas veces. Conmigo va el signo de la discordia y a menudo suelo disfrutar de una buena polémica... hasta que el otro tiene razón. Entonces es hora de una retirada digna y se acabó. Admito que él tenía las de ganar. Rara vez elevo el tono de voz (no grito, a menos que me vea obligada). Razono a partir de aquello que sé, aunque no lo pueda demostrar. Y sobre todo, por encima de todo, no me escudo en falsos pretextos ni jerga infantil del tipo "porque no" y "porque sí".

       Impertinente... sí, entre tú y yo, soy un pelmazo de mujer.


       Creo que tener diferentes puntos de vista y defender cada uno el suyo es algo totalmente sano, deportivo y necesario. Respeto a mi oponente y he aprendido a aceptar los dos posibles resultados de cualquier debate (ganar y empatar). Vale, lo admito... me gusta discutir. Pocas discusiones pueden desconcertarme. Pocas personas pueden hacerme perder la paciencia, amasada pizca a pizca a lo largo de los años. Pocos asuntos pueden exaltarme de manera importante. 

       No es ya a nivel personal sino académico más bien, donde me he encontrado en situación de conflicto. La piedra en mi zapato se llama sugestión de prestigio. Esto sí que es un problema para mí -saber que mi palabra no significa nada "porque no". Qué necedad por nuestra parte haber permitido que algunas personas crean que juegan con el factor autoridad a su favor y que éste les confiera alguna clase de poder especial "porque sí". El único juego posible es tu palabra contra la de él; y si dice "yo no dije eso" más alto que tú, ya sabes lamentablemente, quien tiene las de perder... 

Por supuesto, la culpa es mía. 

       Por pensar que vivía en un mundo de personas cuya valía no se medía ni se enmarcaba para colgar en la pared; por pensar que podíamos tener una lucha de iguales; por pensar que la justicia era ciega cuando a veces, te mira por encima del hombro. Sin duda sé que dos no discuten si uno no quiere pero, por favor, nunca quieras ganar una pelea conmigo por el "yo no dije eso" si sabes que lo dijiste.     

¡Feliz martes!

08 julio 2011

Segundas oportunidades

       Seguro que todos tenemos algo que lamentar: no haber escogido aquella otra carrera, no haber comprado aquel vestido en rebajas, no haber participado en aquel concurso, no haberle dicho te quiero... Y seguro que todos soñamos con que se nos conceda una segunda oportunidad.
       Pero, ¿qué quieres que te diga? A lo largo de los años me he ido cansando de esperar esa nueva oportunidad y mi actitud al principio receptiva se ha ido convirtiendo en más bien, pasivo-conformista. Por eso, cuando las cosas no me salen bien simplemente me digo: puedo aprender la lección (y de hecho, la mayor parte de las veces la aprendo). Me muerdo el remordimiento de pensar en aquello que pudo ser y no fue; reconozco que cometí un error y enmendarlo/superarlo/olvidarlo será sólo cuestión de tiempo.

       Poco a poco, este mismo patrón se repite y así se convierte en rutina y la rutina moldea nuestro carácter. Aceptamos abiertamente que nuestros fallos sólo se pueden resolver con una nueva oportunidad que es difícil de conseguir; qué injusta es la vida que no nos permite avanzar, obtener más. Una vez más proyectamos nuestras faltas y libramos nuestras espaldas de la pesada carga de la consciencia y de la responsabilidad de nuestras malas decisiones. 
Y nos escudamos en este argumento; como si fuera creíble. 
De hecho, nos lo creemos. 
       Hasta que, de repente, un día cualquiera la vida te regala la oportunidad de enmendar un error pasado y empezar de cero. Llevas tanto tiempo concienciándote de que no vas a recibirla que, cuando llega, te quedas perplejo. Pero no lo dudes un instante, no juegues con la caprichosa parcialidad del destino y acéptala. Si te llega, ¡no la dejes escapar! Somos los peones del Universo: cruzamos el tablero de casilla en casilla, solitarios, en silencio; pero lo cruzamos.
Entre tú y yo, si algún día nos toca avanzar el doble 
será porque la jugada vale la pena, ¿no crees?
¡Buena partida!