Fran dio con la caja de postales de los abuelos haciendo limpieza.
Estaba vaciando unos cajones llenos de adornos de navidad y allí, detrás del tensiómetro, encontró la lata donde guardaba las postales de los abuelos. Desde que era niño recuerda cómo su abuelo, que trabajaba en Correos, se encargaba de que le llegara una postal de Navidad. No porque vivieran lejos, sino por la ilusión de Fran al recibir correspondencia. La postal llegaba siempre la semana de Navidad. Algunos años tenía música y luces, otras una acuarela famosa. Un año llegó una con la receta del bizcocho de la abuela.
Su madre decía que era una tradición ridícula y que más valía que la ayudaran a pagar los materiales del colegio o el uniforme. Lo de verse solo un par de veces al año con sus padres nunca llegó a superarlo y por eso tenían una relación tan vacía. Fran, sin embargo, adoraba a sus abuelos y los relacionaba con la Navidad. Cada encuentro era especial, esas postales eran un granito de cariño, sellado y certificado. Su madre las hubiese tirado pero él siempre se resistió a hacerlo. Las guardaba en esa lata grande y oxidada de chocolates Cadbury.
El año pasado, cuando las postales dejaron de llegar, Fran ni se dio cuenta. Estaba estudiando 1º de Medicina en Salamanca y no volvió a casa por Navidad. Prefirió quedarse allí… estudiando. En realidad, todo fue porque había conocido a la guapa Ana en la facultad y ella enseguida le había invitado a pasar la fiesta señalada en la casa de sus padres. Partieron juntos el fin de año universitario y después siguieron celebrando muchos más momentos entre los dos.
Los abuelos de Fran tuvieron un accidente de tráfico en 2019 y por eso dejaron de llegar las cartas. Su madre no se lo había contado entonces porque sabía que se preocuparía y podía desconcentrarse de sus estudios. Justo ahora, cuando iba por el buen camino. Meses más tarde, cuando su madre le explicó lo que había ocurrido a Fran, él no supo si sería capaz de perdonárselo.
Estos días de fiesta, Fran vuelve a sacar el árbol de Navidad en su escueto piso de estudiante en Salamanca. Tiene pinta de que lo va a tener complicado para regresar a casa este año. Tampoco sabe bien qué le espera cuando se reencuentre con su madre, si será otra vez el vacío. Así que se aferra a la lata oxidada y pasea la vista y las lágrimas por sus postales.
Mientras tanto, su madre sentada en su cocina de Las Palmas, arrepentida, se enfrenta a una postal de Navidad que esta vez no piensa dejar vacía. Una o cien… ¡las que hagan falta!
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