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21 marzo 2021

Secretos bien guardados

Muchos cambios. Estamos en un momento de máxima creatividad. Ahora que pasamos más tiempo dentro de casa se hace inevitable mirar las 4 paredes que nos contienen. A mí personalmente me encanta la decoración, disfruto mucho con los detalles. Unas flores aquí, una cortina más grande, una vela de vainilla. No solo me entretiene sino que me da paz mental y espiritual. Con algunos cambios la casa se siente más despejada y se nota porque hasta el aire fluye de manera más fácil. 

No solo yo ando haciendo cambios, mis padres también se han apuntado a las reformas. Ahora mismo están en medio de la renovación de la cocina. Ya era hora después de casi 35 años. Y ahí fue nuestro último descubrimiento. Resulta que al quitar los viejos azulejos de la cocina encontraron este grabado tan artístico en el cemento.

Quién sería. Por qué lo haría. En qué momento decidiría quien fuera poner el 💘 ahí durante la construcción del edificio. Lo grabaría para sí o con la finalidad de que alguien lo encontrara, como nosotros ahora. Tantas dudas por resolver que quedarán entre tú y yo, en el misterio.

Me gusta esta imagen. Porque por sí sola cuenta una historia. Una cosa te digo: para mí esto demuestra que el Amor puede estar en cualquier parte. Donde menos te lo esperas. 


¡Feliz y romántica semana!

09 diciembre 2020

Cien postales

Fran dio con la caja de postales de los abuelos haciendo limpieza. 
Estaba vaciando unos cajones llenos de adornos de navidad y allí, detrás del tensiómetro, encontró la lata donde guardaba las postales de los abuelos. Desde que era niño recuerda cómo su abuelo, que trabajaba en Correos, se encargaba de que le llegara una postal de Navidad. No porque vivieran lejos, sino por la ilusión de Fran al recibir correspondencia. La postal llegaba siempre la semana de Navidad. Algunos años tenía música y luces, otras una acuarela famosa. Un año llegó una con la receta del bizcocho de la abuela. 

Su madre decía que era una tradición ridícula y que más valía que la ayudaran a pagar los materiales del colegio o el uniforme. Lo de verse solo un par de veces al año con sus padres nunca llegó a superarlo y por eso tenían una relación tan vacía. Fran, sin embargo, adoraba a sus abuelos y los relacionaba con la Navidad. Cada encuentro era especial, esas postales eran un granito de cariño, sellado y certificado. Su madre las hubiese tirado pero él siempre se resistió a hacerlo. Las guardaba en esa lata grande y oxidada de chocolates Cadbury. 

El año pasado, cuando las postales dejaron de llegar, Fran ni se dio cuenta. Estaba estudiando 1º de Medicina en Salamanca y no volvió a casa por Navidad. Prefirió quedarse allí… estudiando. En realidad, todo fue porque había conocido a la guapa Ana en la facultad y ella enseguida le había invitado a pasar la fiesta señalada en la casa de sus padres. Partieron juntos el fin de año universitario y después siguieron celebrando muchos más momentos entre los dos. 

Los abuelos de Fran tuvieron un accidente de tráfico en 2019 y por eso dejaron de llegar las cartas. Su madre no se lo había contado entonces porque sabía que se preocuparía y podía desconcentrarse de sus estudios. Justo ahora, cuando iba por el buen camino. Meses más tarde, cuando su madre le explicó lo que había ocurrido a Fran, él no supo si sería capaz de perdonárselo. 

Estos días de fiesta, Fran vuelve a sacar el árbol de Navidad en su escueto piso de estudiante en Salamanca. Tiene pinta de que lo va a tener complicado para regresar a casa este año. Tampoco sabe bien qué le espera cuando se reencuentre con su madre, si será otra vez el vacío. Así que se aferra a la lata oxidada y pasea la vista y las lágrimas por sus postales. 

Mientras tanto, su madre sentada en su cocina de Las Palmas, arrepentida, se enfrenta a una postal de Navidad que esta vez no piensa dejar vacía. Una o cien… ¡las que hagan falta!


06 diciembre 2019

Linda Dara

Tan ordenada. Tan meticulosa. Tan "Linda". 
Todavía no se explica cómo pudo pasar. La semana anterior había perdido su posesión más valiosa: un anillo de oro con un delfín. Una horterada antigua, pero valiosa. No sabía cómo, se lo quitó momentáneamente para lavarse las manos en el baño y ahí se le quedó. En su trabajo, como administrativa en el mostrador del Centro de Salud, está constantemente dando la mano a la gente y tocando "cosas". Encima esa semana había ido a un taller de lavado higiénico de manos. Y mira. Va y se le olvida el anillo. 

Por supuesto, cuando se percató de que no lo llevaba en la mano corrió al baño a buscarlo. Por supuesto, no estaba.

Buscó hasta debajo de las piedras. Preguntó a toda persona, mujer, que pudiera haber pasado por ese baño. En teoría era sólo para uso del personal, eso reducía las posibilidades. Las limpiadoras del centro no lo habían visto. Fracaso. Esa semana sólo colocaron en la caja de objetos perdidos un sonajero encontrado en el área de Pediatría y una bufanda gris claro. Ni rastro del anillo. ¿Y si ponía un cartel en el office? Lo de las recompensas suele funcionar. Además, por alguna extraña razón, tenía la clara intuición de que lo iba a encontrar, de que lo tenía más cerca de lo que sabía. Por si sí o por si no, ella rastreaba con los ojos entrecerrados a toda fémina que se acercaba por ese baño.

A estas alturas, una semana más tarde, ya veía delfines por todas partes. Hasta había visto en la teletienda un modelo similar, más lujoso, con un delfín que saltaba sobre una pequeña amatista. Pero su anillo era su historia. O, al menos, la de su madre. Porque eso fue todo cuanto su mamá se trajo de Cuba cuando se marchó. Vino con un billete de ida, un anillo envejecido, con una hija y sin marido. Eso había sido su madre: un delfín que cruzó el charco y acabó al otro lado del océano. Tenía que encontrar ese anillo como sea. 

***

Lo que no recuerda Linda es que el anillo lo había guardado en el bolsillo izquierdo de su rebeca azul, la del Servicio Canario de Salud que se pone en el trabajo los días de frío. Allí la tiene colgada en la percha de su taquilla. Al final de esta semana, seguramente, se la llevará a casa para lavarla como siempre. Espero que ese anillo haga mucho ruido en su lavadora. 😉