Fuera porque nunca me gustaron en sí las pulseras, porque a las escritoras aficionadas como yo les molesta al escribir o porque los quehaceres de la Medicina lo hacen poco práctico, el asunto es que no estoy acostumbrada a llevar en la muñeca más que el reloj. Y eso que aprecio la joyería. Para muchas
personas simbolizan algo que quieren recordar u olvidar, una promesa
de amor (como la Gran Pi.), otras veces simplemente un mero adorno. Y la mayoría de las veces me parece muy vistoso. Pero en general, no soy partidaria de llevar las manos ocupadas con nada que pueda molestar o -algo muy común- quedar enganchado en la ropa o ¡las medias! ¡Horror!
Hasta que, claro, me regalaron una.

Así de fácil es sucumbir, sobre todo cuando el asunto pendiente lo vale.
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