El domingo después de ir a votar no hice prácticamente nada. A mis padres les gusta ir temprano para no tropezarse con medio barrio. Y yo soy su hija, heredé todos sus cromosomas así que prefiero no encontrarme con el barrio al completo. Conclusión, fuimos temprano.
La mañana pasó tranquila, escribiendo algo para el blog. Después comimos y vimos una peli. Psss, las tardes de domingo son un abismo de monotonía, pasividad y sosiego (menos los días en que el vecino invita a comer a sus nietos y los críos juegan armando escándalo). Así que terminé enroscándome en la cama y durmiendo la mona. Me desperté al cabo de unas 3 horas desorientada, pensando que era lunes, y sin fuerza en el cuerpo. Totalmente relajada. Necesitaba este descanso (desde primero de carrera). Todavía quedaba algo de tiempo aprovechable antes de cenar. Me fui al balcón, me senté en mi butaca favorita y me puse a observar a la gente que paseaba abajo, en la playa.
Era un atardecer muy bonito. Tranquilo. Sin viento, sin ruidos. Era uno de esos momentos místicos en los que todo parecía formar parte de un escenario de película. En una de las escaleras que bajan hasta el mismo mar había una parejita. Ella era pequeñita, guapa, llevaba el pelo perfectamente liso. Él era más alto, llevaba una camisa de las bonitas y la abrazaba. Una estampa preciosa. Me pregunté qué estarían diciéndose el uno al otro. Me gusta observar a las personas y tratar de imaginar qué tipo de vida tienen, si son felices, qué les preocupa, si piensan igual que yo. Se sacaron un par de fotos. Algo de tendría de especial ese momento si querían inmortalizarlo. Allí abrazados al borde del mar una tarde cualquiera, puede que en una de sus primeras citas, dos extraños me confirmaban que la chispa del amor sigue existiendo.
Cuando se cansaron de la sal del mar, se marcharon. En su camino hacia la salida se cruzaron con otra pareja que también había ido a pasear allí. Estos eran algo mayores. Estaban sentados en uno de los escalones, juntos pero no abrazados. Miraban al mar pero juraría que no se hablaban. Permanecían allí, en silencio. Lo que daría por saber qué estaban pensando. Al poco, se acercaron a ellos dos niñas corriendo. La mujer les hizo un gesto y las niñas se asomaron a mirar entre las rocas, a los cangrejos seguramente. Se levantó, fue hasta donde estaban, les dio las manos y se las llevó hasta el sitio donde estaba el hombre. Se sentaron los cuatro. Las niñas no tardaron en levantarse y huir de nuevo. La pareja permaneció sentada, demasiado absorta en sus pensamientos, sean cuales fueran. No había chispa en ellos.
Era un atardecer muy bonito. Tranquilo. Sin viento, sin ruidos. Era uno de esos momentos místicos en los que todo parecía formar parte de un escenario de película. En una de las escaleras que bajan hasta el mismo mar había una parejita. Ella era pequeñita, guapa, llevaba el pelo perfectamente liso. Él era más alto, llevaba una camisa de las bonitas y la abrazaba. Una estampa preciosa. Me pregunté qué estarían diciéndose el uno al otro. Me gusta observar a las personas y tratar de imaginar qué tipo de vida tienen, si son felices, qué les preocupa, si piensan igual que yo. Se sacaron un par de fotos. Algo de tendría de especial ese momento si querían inmortalizarlo. Allí abrazados al borde del mar una tarde cualquiera, puede que en una de sus primeras citas, dos extraños me confirmaban que la chispa del amor sigue existiendo.
Cuando se cansaron de la sal del mar, se marcharon. En su camino hacia la salida se cruzaron con otra pareja que también había ido a pasear allí. Estos eran algo mayores. Estaban sentados en uno de los escalones, juntos pero no abrazados. Miraban al mar pero juraría que no se hablaban. Permanecían allí, en silencio. Lo que daría por saber qué estaban pensando. Al poco, se acercaron a ellos dos niñas corriendo. La mujer les hizo un gesto y las niñas se asomaron a mirar entre las rocas, a los cangrejos seguramente. Se levantó, fue hasta donde estaban, les dio las manos y se las llevó hasta el sitio donde estaba el hombre. Se sentaron los cuatro. Las niñas no tardaron en levantarse y huir de nuevo. La pareja permaneció sentada, demasiado absorta en sus pensamientos, sean cuales fueran. No había chispa en ellos.
En esto, mi padre vino a avisarme para cenar. Benditas vacaciones.No es que esté feliz por tener tiempo para analizar a la gente. Estoy feliz porque por primera vez tengo vacaciones sin crisis existenciales (del tipo: "¿qué hago ahora con mi vida? no tengo nada, sólo la medicina"), ni traumas de exámenes ("fallo de medro, WTF?"), ni nervios por notas ("¿ya salieron las notas? ¿ya se publicaron las listas? ¿las actas?"). Puedo escribir más de un párrafo entre tú y yo y tengo tiempo para leer. Soy consciente de que en un mes estaré estudiando a tope así que ahora, en el ocaso de mi carrera universitaria, me limito a descansar y coger fuerzas para lo próximo que toca (MIR!!!). Benditas vacaciones.